Nuestra madre, platicaba con sus vecinas de asiento; tranquila, por escucharnos calladas.
Olvidó, que los ríos profundos, aunque silenciosos, no dejan de ser destructivos.
Son ellos, los que desgarran, las entrañas de nuestra tierra.
Y cayó mi hermana al agua.
Apareció su cuerpo, después de 24 horas, en un recodo, del paso del 106. Hinchada. Con dedos como garras. Tiesa. De un color, que yo no conocía.
Sus ojos, labios y orejas, comidos por los peces y jaibas.
Yo dudé, que “eso”, fuera mi hermana.
Mi hermana, de seguro, estaría en el fondo del río. Siendo la mimada, de todos los de ahí. Si para eso, ella se las gastaba.
Estaría jugando con tesoros.
Pero, yo también iría a ese lugar. Ya sabía el camino.
Mas o menos, a la mitad del río. Como no queriendo, me aventaría. Y le demostraría, que yo también, sabía ir al fondo del río.
Pero, mi madre, llorosa, sintiéndose culpable, cuando mucho tiempo después, volvimos a cruzar el río, me apretó tan fuerte, pero tan fuerte, temiendo perderme también, que no me dio la oportunidad, de ir a pelearle, a mi hermana, un espacio para mi.
Oh brisa celestial de tu ausencia
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En el crepúsculo
De un amor sublime
Me regocija el hecho
De ser un poema en la memoria
Y una caricia en sus piernas
Un delirio...
Hace 10 horas
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