En los puestos de venta, en los mercados, grupos familiares ofrecen sus mercancías.
“llévele, marchantita, para la vecina”.
“llévele a su suegra, por si se le olvidó ”.
“para la comadre, ya ve que todo se le antoja”.
Y empiezan los dimes y diretes, de un puesto a otro. E introducen en sus chances, al que va pasando.
“mire, señor, este es bien sangron”.
“no, no le compre a el, yo le doy mas barato”.
“no le crea, jefa, si ni siquiera vende él, lo que yo vendo”.
“ándele, jefa, compre, compre”.
“madre, defiéndame de este conchudo”.
“oh, ¿qué pasa, compadre? ¡Siempre quemando usted!”.
Y todos riendo, festejando las gracias dicharacheras de unos y otros. Compres o no compres.
Y así, tu, cliente, eres uno más del ambiente de los mercados, reflejo de esa calidez del puerto, acostumbrado desde sus inicios, a acoger a todos como parte de una gran familia.
“llévele, marchantita, para la vecina”.
“llévele a su suegra, por si se le olvidó ”.
“para la comadre, ya ve que todo se le antoja”.
Y empiezan los dimes y diretes, de un puesto a otro. E introducen en sus chances, al que va pasando.
“mire, señor, este es bien sangron”.
“no, no le compre a el, yo le doy mas barato”.
“no le crea, jefa, si ni siquiera vende él, lo que yo vendo”.
“ándele, jefa, compre, compre”.
“madre, defiéndame de este conchudo”.
“oh, ¿qué pasa, compadre? ¡Siempre quemando usted!”.
Y todos riendo, festejando las gracias dicharacheras de unos y otros. Compres o no compres.
Y así, tu, cliente, eres uno más del ambiente de los mercados, reflejo de esa calidez del puerto, acostumbrado desde sus inicios, a acoger a todos como parte de una gran familia.
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