Gracias por sus latidos de afecto y cariño que alimentan al Alma.

martes, 16 de febrero de 2010

Vidas entrelazadas ( 6 )



Tiempo después, nos distraíamos, al asistir al campo de béisbol “H. Morris”, que estaba ubicado a la entrada del 7½. Hubo memorables encuentros, con participaciones de destacados jugadores, como los del equipo ‘Los Bravos de Ciudad Madero”.
Un tío me propuso trabajar en la refinería “La Pierce”, que se ubicaba en terrenos, donde hoy es la P. J. Méndez, esquina con la Avenida Obregón. Era una gran extensión la que ocupaba, porque contaba con grandes tanques de almacenamiento.
Pero yo, como mi padre, llegado el tiempo de ganarme la vida, trabaje en la Planta de Parafina.
En caso necesario, tenia la atención medica en el hospital de PEMEX, que era de madera, y se localizaba, en lo que hoy son los campos de golf.
Me casé, y al nacer mi hija, tocó de nuevo la fatalidad a mi vida, quedándome viudo.
Fue cuando sentí en carne propia, lo que mi padre vivió, al nacer yo.
Me ayudo mi tía Eusebia, a criar a mi bebita.
Continué trabajando, para mantener a mi primogénita.
Por un tiempo, viví en E. U., continuaba mandando dinero para los gastos de mi hija, no dure mucho del otro lado del charco.
Extrañaba a mi familia, a mi hija, las calles de Madero, el modo de ser de la mujer mexicana.
Deseaba tener un hogar, un sitio que fuera mío.
Y no hay mejor lugar, que donde uno nace.
Después del trabajo, los fines de semana, me hiba a distraer; y una noche, que andaba por las calles de la colonia Árbol Grande, distinguí a una mujer, de cabello largo y vestido blanco, que caminaba presurosa.
Recordé la experiencia de mi papá, y como yo me las daba de muy conquistador y valiente, decidí seguirla, con el argumento de que si estaba viva, la cortejaría; si era un fantasma, yo no me asustaría.
Camine mas de prisa, para darle alcance, y ella más veloz, no me permitía fácilmente acercarme a ella.
Solo se escuchaban nuestros pasos, por esa calle, a esas horas de la noche.
Yo empecé a hablarle, “señorita, señorita, no tenga miedo, solo quiero conocerla, platicar, permítame tantito…
Llegamos a una larga barda, y ella empezó a brincarla, en eso yo logré agarrar el borde de su vestido, no lo hubiera hecho.
Volteo a verme, y ¡oh, espanto! tenia cara de caballo.
La solté, horrorizado, terminó de pasar al otro lado de la barda, dejándome ver que en lugar de pies y piernas femeninos, tenía una larga pata de gallo, y la otra, era pata de chivo, y quedó en el ambiente un olor a azufre.
Con tan fuerte impresión, sentí como si me despertara de un letargo, y reconocí, que era la barda del cementerio.
Ya en casa, al relatarle a mi padre mis peripecias, movió la cabeza en señal de desaprobación, y me instó buscar mujer, pero de día, porque de noche, podría encontrar puros sustos.

jueves, 4 de febrero de 2010

Vidas entrelazadas ( 5 )





También acompañábamos a mi papá a surtir el mandado en Tampico.
Nos íbamos en el tranvía.
De primero, el tranvía solo llegaba a los terrenos, de lo que hoy es la entrada a la Camelia, de ahí se pasaba por un puentecito de madera, a cuyos lados, se vendían recuerditos, como conchitas y caracolitos. Al llegar a la playa, nos recibía el olor a churros y pescado frito.
Posteriormente, el tranvía, tuvo su terminal hasta la playa, y las siguientes paradas, eran la Camelia, Refinería, el 7½, la de la Loma (hoy Col. Hidalgo), la parada del Cangrejo, la de la Vicente, la de la Dinamarca, la del centro de Madero, ubicada frente a la cruz roja, la del Árbol, y de ahí seguían las siguientes paradas a Tampico. Los tranvías eran amarillos, posteriormente se introdujeron unos verdes.
Con un boleto, había derecho a la ida y vuelta, de la playa a Tampico, y viceversa.
Había dos corridas especiales, para los trabajadores, el llamado el doble, porque se unían dos tranvías, que a la altura de donde esta ubicada hoy la clínica, salían del turno; a las 12 del día, 4 y 7 de la tarde.
También había una estación de tren, de la Barra, pasaba por atrás de la Galeana, y llegaba hasta Tampico.
Existía también el tranvía llamado "El 100”, que venia de la playa.
Era de carga de mercancías, como cuando llevaba durmientes, para la reparación de las vías. Contaba con un tanque de chapo, de asfalto, tenia una casetita, con una campanilla, que anunciaba su paso. No levantaba pasajeros, solo durante el tiempo posterior inmediato al ciclón del año 55, que presto sus servicios al público en general, mientras se arreglaban las líneas de luz del tranvía regular.
Nosotros surtíamos la despensa, en la “Casa Nicanor”, que se localizaba frente al “Café Mundo”. Disfrutábamos de las carreras de caballos, que se realizaban cerca de nuestra casa, cada fin de semana, motivo por el cual a nuestra colonia, se le quedó el nombre de “El Hipódromo”.
También había carreras de Go-cars, que eran unas carreras de carros chiquitos, pero solo hubo por un corto tiempo. Y se efectuaban, por donde hoy es informática.
Había por esos terrenos, una poza grande, y los muchachos gustábamos bañarnos en ella.
Hubo ahogados en esa poza, y mi padre, nos prohibió, seguir frecuentando ese lugar.

Portada del libro "Más allá"

Portada del libro "Más allá"
Camino de Amor Infinito

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