Eran cascadas de alegría, que no podíamos contener. Ni poniéndonos una mano, sobre nuestra boca.
Y esos regaños de mamá, que nos sabían a gloria. ¡Niñas, ya no se asomen tanto al agua! Hasta los encajes del chonino se les ve.
¡Vergüenza les debería de dar!
Miren, que si me enojo, ¡no las vuelvo a traer!
Mi hermana y yo, conocíamos bien, el tono de su voz.
En realidad, no estaba enojada, solo quería tranquilizarnos, calmar nuestras ansias de vivir.
Éramos tan pequeñas, que aun, era mucho, lo que teníamos que aprender.
Una caricia en el atardecer
-
El comején se precipitó
Por el andén de la calle
Y grito furioso
¡Que demonios hago aquí¡
Perplejo y solo
Se dejó llevar ...
Hace 16 horas
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por visitar el blog.