Eran cascadas de alegría, que no podíamos contener. Ni poniéndonos una mano, sobre nuestra boca.
Y esos regaños de mamá, que nos sabían a gloria. ¡Niñas, ya no se asomen tanto al agua! Hasta los encajes del chonino se les ve.
¡Vergüenza les debería de dar!
Miren, que si me enojo, ¡no las vuelvo a traer!
Mi hermana y yo, conocíamos bien, el tono de su voz.
En realidad, no estaba enojada, solo quería tranquilizarnos, calmar nuestras ansias de vivir.
Éramos tan pequeñas, que aun, era mucho, lo que teníamos que aprender.
En la ceremonia de los soles vencidos
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I. La Sangre (Alfabeto Circulatorio)
Mis venas tinteros rotos
Escriben surcos en braille
Sobre la piel del insomnio.
La tristeza es...
Hace 7 horas
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