Meses antes de cumplir 18 años, nos inscribimos mi hermana Lupe, que era la mayor, y yo, en un concurso, que habría en la estación de Radio XETU, en Tampico.
Se calificaría por medio de votación.
El locutor anunciaba en ese programa los cigarros Montecarlo.
Ibamos a ensayar en ese programa antes del certamen, y nos corregían, señalándonos si presentábamos algunos errores.
Y yo participé con un tango, “El tango arrepentido”, y solo recuerdo que va así:
Un día te alejaste de mi lado,
sin dejarme ni un amor, ningún consuelo;
y con dolor, mi pobre corazón,
mi fe, mi corazón, toda mi vida,
la halle perdida, al encontrarme
sin tu amor.
Supe que te fuiste detrás de otra mujer…
Y como me decían mis hermanos, me arrepentí de haber concursado con ese tango. Porque de repente, mi mente quedo en blanco, y para mi vergüenza, se me olvido la letra, al estar concursando.
Mi hermana Lupe, tampoco tuvo suerte, ella desafino.
En ese certamen, ganaron “Las 3 Conchitas”, ellas cantaban puras piezas románticas.
Entraban siempre al escenario, cantando “somos conchitas del mar, de la playa de Tampico”.
Mis hermanas mayores se casaron, solo quedábamos solteros mi hermano Anselmo y yo,
Y decidí irme a vivir con un joven, que prometió quererme toda la vida.
Tuve a mi hijo Mateo.
A mi “amorcito”, le habían brotado los defectos como hongos, pero yo los aceptaba con resignación. Porque mi hijo solo tenia 2 años y necesitaba de su padre.
Una noche, llego tomado, trastrabillando, y gritando, ¿qué me ves?, ¿qué me ves? Y ¿soy o me parezco?, me dio tal andada de golpes, que en ese momento decidí abandonarlo.
Ya sabía, a lo que se expone uno si acepta, que lo golpeen.
Me refugie en casa de mi hermana Goya. Ella casada, y con dos hijos, me brindó el respeto de su hogar.
Me mantenía trabajando, como dependienta de un negocio.
Después de 3 años, conocí a alguien, que parecía una calca de mi vida.
Solo, con una hija, pero esta de 18 años, y también, como yo, se había quedado huérfano de niño.
Habíamos vivido tan cerca, el en la Hipódromo, yo en la Vicente; en mas de alguna ocasión habremos viajado sin conocernos, juntos pero no revueltos, en el mismo tranvía.
Y entrelazamos nuestras vidas.
Con el firme propósito, de darles a nuestros hijos, los que ya teníamos y a los futuros, lo que nosotros dos no tuvimos.
Un hogar.
Donde se sintieran aceptados, tal y como fueran, respetados, amados.
Donde tuvieran padre y madre.
Nos casamos, y poco tiempo después, la hija de el, que continuaba viviendo con sus abuelos, se casó también.
Y cada dos años, yo tenía un hijo.
Hasta completar diez en total, siete mujeres y tres varones.
Como me daba gusto guisar grandes ollas de comida, para mis muchachitos, que al llegar de la escuela, se lavaban las manos corriendo, y aterrizaban en el comedor.
Me agradaba tenerles su comida caliente a sus horas; que no se les fuera a pasar el hambre.
Mi esposo, agradecía siempre a Dios, por los alimentos que estaba sobre la mesa, y a nuestros hijos les decía, denle las gracias a su mamá, porque ella preparo la comida.
A mi viejito, y a mis hijos, siempre los tenia limpios y planchaditos sus ropas, tan bien almidonadas, que al caminar, se escuchaba ¡chac, chac! Por el roce de las telas.
Se calificaría por medio de votación.
El locutor anunciaba en ese programa los cigarros Montecarlo.
Ibamos a ensayar en ese programa antes del certamen, y nos corregían, señalándonos si presentábamos algunos errores.
Y yo participé con un tango, “El tango arrepentido”, y solo recuerdo que va así:
Un día te alejaste de mi lado,
sin dejarme ni un amor, ningún consuelo;
y con dolor, mi pobre corazón,
mi fe, mi corazón, toda mi vida,
la halle perdida, al encontrarme
sin tu amor.
Supe que te fuiste detrás de otra mujer…
Y como me decían mis hermanos, me arrepentí de haber concursado con ese tango. Porque de repente, mi mente quedo en blanco, y para mi vergüenza, se me olvido la letra, al estar concursando.
Mi hermana Lupe, tampoco tuvo suerte, ella desafino.
En ese certamen, ganaron “Las 3 Conchitas”, ellas cantaban puras piezas románticas.
Entraban siempre al escenario, cantando “somos conchitas del mar, de la playa de Tampico”.
Mis hermanas mayores se casaron, solo quedábamos solteros mi hermano Anselmo y yo,
Y decidí irme a vivir con un joven, que prometió quererme toda la vida.
Tuve a mi hijo Mateo.
A mi “amorcito”, le habían brotado los defectos como hongos, pero yo los aceptaba con resignación. Porque mi hijo solo tenia 2 años y necesitaba de su padre.
Una noche, llego tomado, trastrabillando, y gritando, ¿qué me ves?, ¿qué me ves? Y ¿soy o me parezco?, me dio tal andada de golpes, que en ese momento decidí abandonarlo.
Ya sabía, a lo que se expone uno si acepta, que lo golpeen.
Me refugie en casa de mi hermana Goya. Ella casada, y con dos hijos, me brindó el respeto de su hogar.
Me mantenía trabajando, como dependienta de un negocio.
Después de 3 años, conocí a alguien, que parecía una calca de mi vida.
Solo, con una hija, pero esta de 18 años, y también, como yo, se había quedado huérfano de niño.
Habíamos vivido tan cerca, el en la Hipódromo, yo en la Vicente; en mas de alguna ocasión habremos viajado sin conocernos, juntos pero no revueltos, en el mismo tranvía.
Y entrelazamos nuestras vidas.
Con el firme propósito, de darles a nuestros hijos, los que ya teníamos y a los futuros, lo que nosotros dos no tuvimos.
Un hogar.
Donde se sintieran aceptados, tal y como fueran, respetados, amados.
Donde tuvieran padre y madre.
Nos casamos, y poco tiempo después, la hija de el, que continuaba viviendo con sus abuelos, se casó también.
Y cada dos años, yo tenía un hijo.
Hasta completar diez en total, siete mujeres y tres varones.
Como me daba gusto guisar grandes ollas de comida, para mis muchachitos, que al llegar de la escuela, se lavaban las manos corriendo, y aterrizaban en el comedor.
Me agradaba tenerles su comida caliente a sus horas; que no se les fuera a pasar el hambre.
Mi esposo, agradecía siempre a Dios, por los alimentos que estaba sobre la mesa, y a nuestros hijos les decía, denle las gracias a su mamá, porque ella preparo la comida.
A mi viejito, y a mis hijos, siempre los tenia limpios y planchaditos sus ropas, tan bien almidonadas, que al caminar, se escuchaba ¡chac, chac! Por el roce de las telas.
me gusta como escribes y como te expresas besitos gaviota
ResponderEliminarQue triste que en una historia hayan golpes.
ResponderEliminarNo describes la comida que preparabas, pero eso de "grandes ollas de comida" me hizo recordar a mi madre y me abriste el appetito =0)
¡Saludos!
MARUCHINA QUE VENGO DE ATRASO CONTIGO, ESTA HISTORIA, LA DEJE CON EL ROBO DE LAS MONEDAS, POR TU HERMANA...
ResponderEliminarDE LA FEA VIDA QUE TENÍAN ALGUNAS MUJERES, ANTES, LO BELLO DE LAS HISTORIAS, ES RECORDAR ESE AMOR QUE ALIVIABA L0S DOLORES, Y LAS PENAS DE SUS HIJOS, ESA DEDICACIÓN AL HOGAR QUE CURA LAS PENAS DE NIÑO. DEJO MI CARIÑO PARA TI, MI BUENA Y QUERIDA MARUCHINA