En mi graduación como enfermera general.
Fotografía del antiguo Hospital Civil "Dr. Carlos Canseco" de la ciudad de Tampico,Tamaulipas,lugar donde yo hice mi servicio social como enfermera general,egresada de la Universidad Autónoma de Tamaulipas.
Edificio que ya no está en servicio como hospital.
(Este relato, fue redactado con la participación de mi esposo,por eso está en masculino el personaje que narra este cuento).
Un fin de semana, esperaba un taxi, en una esquina, justo frente a un hospital abandonado.
Pasaron los minutos, muy lentamente, para mí, que ya deseaba llegar a casa.
Era muy entrada, la noche, pero me había divertido tanto, en una reunión, de ex-compañeros, de la facultad, había tantas cosas por platicar, como ¿dónde ejerces?, ¿qué ya te casaste?, y ¿qué me cuentas, de aquel despistado?, que bien valía, la pena, estar, en ese momento, en aquella calle, solitaria, tenuemente iluminada, por una lámpara mercurial.
Me parecía increíble, que hubiera pasado pocos taxis, y para variar, ocupados.
Mire la hora, en mi reloj. Marcaba la 1:20 de la madrugada.
Siento desazón, al tomar conciencia, de mi situación vulnerable.
Puedo ser presa fácil, de un acto vandálico.
Alrededor, del hospital, varios negocios, fueron cerrados, por bajas ventas.
Observe el deteriorado cascaron, trato de imaginarme, como seria, cuando sus puertas, estaban abiertas, a todo aquel, que lo requiriera.
Cuando el ulular de las sirenas, anunciaba, la llegada de un herido, y por que no, de un nuevo ser a este planeta.
Tan absorto, estaba en mis cavilaciones, que no me di cuenta, en que momento, llego otra persona, a la esquina, donde yo me encontraba.
Era una mujer, de grata presencia, que notando, mi momentáneo sobresalto, me saludo con una inclinación de cabeza, y me comento, que observo, que me quede mirando al hospital en ruinas.
Y agrego, lastima, que ya no este en funcionamiento el hospital, antes, estaba todo tan iluminado, e infinidad de personas, transitaban estas calles, noche y día.
Comento, que hace años, eran atendidos, no solo pacientes de la zona conurbada, sino de poblaciones mucho mas retiradas, donde no existían ni los profesionistas suficientes, ni las instalaciones apropiadas, para tal cantidad de partos, operaciones y hospitalización.
En el departamento de trabajo social, se atendían muchas solicitudes, para reducir, los cobros por el servicio otorgado.
Y aunque se hacían grandes descuentos, tomando, en cuenta la situación económica, del que los solicitaba, siempre, había un considerable número de pacientes, que ni la cuota mínima, de recuperación, podían liquidar.
Entonces, acudían, con un venerable benefactor, que tenia, una Quinta, en un rancho. Ahí, amablemente, eran atendidas, caso por caso.
Nadie, se iba de ese lugar, sin resolver, sus necesidades mas apremiantes.
Ese protector de los humildes, aunque ya no se encuentra físicamente, existirá, eternamente en el subconsciente colectivo, de toda la zona, donde se hizo palpable, su ayuda desinteresada.
Al escuchar estas observaciones, dichas tan vehemente, por la mujer, que acababa de conocer, mi curiosidad rebaso los límites de la prudencia, y le pregunte, si alguna vez, estuvo en el interior del hospital, cuando aun estaba en funciones.
Su amplia respuesta, me dejo sorprendido.
Señalándome, aquel edificio a obscuras, me relato, que trabajo como enfermera de ese lugar.
Y que la jefa de enfermeras, las rolaba por las diferentes salas.
Y esto es parte, de lo que me siguió contando aquella noche:
En la sala de esterilización, existían un par de viejos esterilizadores, que de milagro, un día no explotaron.
Eran como enormes ollas de presión, de capacidad, de unos doscientos litros cada uno.
Sus indicadores de presión, se movían, como limpiaparabrisas, de días domingueros lluviosos, en una danza sinfín.
Y que de ruido hacían esas maquinas.
Traqueteaban. Pitaban, y solo con expertos golpes dados, en sus tubos, se obtenía, un acompasado puf-paf, que era la señal, de que todo marchaba, como se debía.
Eran pocas, las enfermeras, que conocían, como dominar, a esas bestias. Mis respetos, para mi amiga Olivia Lam, que en sus largas guardias, lograba sacar el trabajo, con una eterna sonrisa, chispeando sus ojos, divertida de mis temores, de salir, hecha pedazos por los aires, de esa área del hospital.
En la sala de cuneros, observe, que todos los seres humanos, somos como somos, desde que nacemos.
Algunos recién nacidos inquietos, siempre se destapaban.
Se ponían en las posturas más caprichosas; otros eran tan calladitos, tranquilitos, que era necesario, al llegar la hora de darles el biberón, despertarlos.
Y sus pielecitas, tan suaves, con un olor a tan nuevo, tibiecitos, que daban ganas de tenerlos abrazados por mucho tiempo…
Y tiempo es el que no había. Llegaban y llegaban bebes de la sala de partos, como por encargo.
En la sala de pediatría, eran comunes, los reingresos por deshidratación, parasitosis y desnutrición.
En el pabellón de transmisibles, se atendían mayormente, casos de hepatitis, rabia y tétanos (o mal de arco).
En hospitalización, dividida, en sala de hombres, y sala de mujeres, era posible, conocer, un poco más a los pacientes. Platicar con ellos.
Y así fui recorriendo, todas las salas de ese hospital, atendiendo a los pacientes, y madurando emocionalmente.
En un hospital, siempre hay mucho trabajo.
Había ocasiones, que durante el paso de la noche, algunos pacientes, nos comentaban, que vieron a una enfermera, con un uniforme diferente, al que traíamos el resto del personal de enfermería.
Nos describían a la enfermera, de pelo largo, caminar silencioso.
Y que acudió, ya sea a darles un vaso de agua, una pastilla para el dolor, colocarles mejor las cobijas, o darles unas palabras de aliento, para que no se sintieran solos, en un lugar tan extraño para ellos.
Cuando nos preguntaban, que donde estaba esa enfermera, cual era su nombre, aunque nosotros ya sabíamos, que eran apariciones, algo común en todos los hospitales, no alarmábamos a los pacientes.
Solo, les hacíamos el comentario, de que habían mandado, a la sala, por esa noche, a una enfermera más, para auxiliarnos.
Y añadíamos, mentalmente, al sentir el cansancio de la guardia:
-¡Bienvenida compañera!, ¡Este es tu lugar!
Siempre, se agradece todo tipo de ayuda.
Suspira la enfermera, que me estaba narrando, como eran las rutinas, en ese hospital, y nos quedamos, unos momentos en silencio.
Escuché el claxon de un carro y al voltear a ver, descubrí que era un taxi, y que estaba libre.
Le hice la parada, y le dije a la enfermera, que lo abordara.
Me contestó, no gracias. Ya estoy de regreso, de una guardia hospitalaria, y al sitio, al que me dirijo, esta muy cerca.
Cuestión de unos pasos más.
Adiós, y cuídese, joven.
Me despedí rápidamente. Aborde el taxi, y cuadras mas adelante, le comenté al taxista, que la enfermera que estaba conmigo en al esquina, me platicoó como en el viejo hospital, muchas vidas se salvaron.
El taxista me miró por el espejo retrovisor, como si yo estuviera mintiendo, y preguntó: ¿cuál enfermera?
Yo le expliqué que no andaba con el uniforme de enfermera, que era una mujer, vestida, con ropas de salir, y que charlamos, durante mucho tiempo, de cuando trabajó como enfermera, en ese hospital.
El taxista replicó, estaba usted solo, en esa esquina.
Yo, muy molesto le afirmé, que era cierto lo que le decía, que es más, mi reloj no mentiría.
Que en ese momento, le diría exactamente cuanto tiempo había durado, con esa enfermera platicando.
Mire mi reloj, y un escalofrió recorrió mi espalda porque en el, solo se marcaban escasos dos minutos de diferencia.
El taxista repitió: usted, estaba solo señor.
Edificio que ya no está en servicio como hospital.
AHÍ NOS VEMOS
(Este relato, fue redactado con la participación de mi esposo,por eso está en masculino el personaje que narra este cuento).
Un fin de semana, esperaba un taxi, en una esquina, justo frente a un hospital abandonado.
Pasaron los minutos, muy lentamente, para mí, que ya deseaba llegar a casa.
Era muy entrada, la noche, pero me había divertido tanto, en una reunión, de ex-compañeros, de la facultad, había tantas cosas por platicar, como ¿dónde ejerces?, ¿qué ya te casaste?, y ¿qué me cuentas, de aquel despistado?, que bien valía, la pena, estar, en ese momento, en aquella calle, solitaria, tenuemente iluminada, por una lámpara mercurial.
Me parecía increíble, que hubiera pasado pocos taxis, y para variar, ocupados.
Mire la hora, en mi reloj. Marcaba la 1:20 de la madrugada.
Siento desazón, al tomar conciencia, de mi situación vulnerable.
Puedo ser presa fácil, de un acto vandálico.
Alrededor, del hospital, varios negocios, fueron cerrados, por bajas ventas.
Observe el deteriorado cascaron, trato de imaginarme, como seria, cuando sus puertas, estaban abiertas, a todo aquel, que lo requiriera.
Cuando el ulular de las sirenas, anunciaba, la llegada de un herido, y por que no, de un nuevo ser a este planeta.
Tan absorto, estaba en mis cavilaciones, que no me di cuenta, en que momento, llego otra persona, a la esquina, donde yo me encontraba.
Era una mujer, de grata presencia, que notando, mi momentáneo sobresalto, me saludo con una inclinación de cabeza, y me comento, que observo, que me quede mirando al hospital en ruinas.
Y agrego, lastima, que ya no este en funcionamiento el hospital, antes, estaba todo tan iluminado, e infinidad de personas, transitaban estas calles, noche y día.
Comento, que hace años, eran atendidos, no solo pacientes de la zona conurbada, sino de poblaciones mucho mas retiradas, donde no existían ni los profesionistas suficientes, ni las instalaciones apropiadas, para tal cantidad de partos, operaciones y hospitalización.
En el departamento de trabajo social, se atendían muchas solicitudes, para reducir, los cobros por el servicio otorgado.
Y aunque se hacían grandes descuentos, tomando, en cuenta la situación económica, del que los solicitaba, siempre, había un considerable número de pacientes, que ni la cuota mínima, de recuperación, podían liquidar.
Entonces, acudían, con un venerable benefactor, que tenia, una Quinta, en un rancho. Ahí, amablemente, eran atendidas, caso por caso.
Nadie, se iba de ese lugar, sin resolver, sus necesidades mas apremiantes.
Ese protector de los humildes, aunque ya no se encuentra físicamente, existirá, eternamente en el subconsciente colectivo, de toda la zona, donde se hizo palpable, su ayuda desinteresada.
Al escuchar estas observaciones, dichas tan vehemente, por la mujer, que acababa de conocer, mi curiosidad rebaso los límites de la prudencia, y le pregunte, si alguna vez, estuvo en el interior del hospital, cuando aun estaba en funciones.
Su amplia respuesta, me dejo sorprendido.
Señalándome, aquel edificio a obscuras, me relato, que trabajo como enfermera de ese lugar.
Y que la jefa de enfermeras, las rolaba por las diferentes salas.
Y esto es parte, de lo que me siguió contando aquella noche:
En la sala de esterilización, existían un par de viejos esterilizadores, que de milagro, un día no explotaron.
Eran como enormes ollas de presión, de capacidad, de unos doscientos litros cada uno.
Sus indicadores de presión, se movían, como limpiaparabrisas, de días domingueros lluviosos, en una danza sinfín.
Y que de ruido hacían esas maquinas.
Traqueteaban. Pitaban, y solo con expertos golpes dados, en sus tubos, se obtenía, un acompasado puf-paf, que era la señal, de que todo marchaba, como se debía.
Eran pocas, las enfermeras, que conocían, como dominar, a esas bestias. Mis respetos, para mi amiga Olivia Lam, que en sus largas guardias, lograba sacar el trabajo, con una eterna sonrisa, chispeando sus ojos, divertida de mis temores, de salir, hecha pedazos por los aires, de esa área del hospital.
En la sala de cuneros, observe, que todos los seres humanos, somos como somos, desde que nacemos.
Algunos recién nacidos inquietos, siempre se destapaban.
Se ponían en las posturas más caprichosas; otros eran tan calladitos, tranquilitos, que era necesario, al llegar la hora de darles el biberón, despertarlos.
Y sus pielecitas, tan suaves, con un olor a tan nuevo, tibiecitos, que daban ganas de tenerlos abrazados por mucho tiempo…
Y tiempo es el que no había. Llegaban y llegaban bebes de la sala de partos, como por encargo.
En la sala de pediatría, eran comunes, los reingresos por deshidratación, parasitosis y desnutrición.
En el pabellón de transmisibles, se atendían mayormente, casos de hepatitis, rabia y tétanos (o mal de arco).
En hospitalización, dividida, en sala de hombres, y sala de mujeres, era posible, conocer, un poco más a los pacientes. Platicar con ellos.
Y así fui recorriendo, todas las salas de ese hospital, atendiendo a los pacientes, y madurando emocionalmente.
En un hospital, siempre hay mucho trabajo.
Había ocasiones, que durante el paso de la noche, algunos pacientes, nos comentaban, que vieron a una enfermera, con un uniforme diferente, al que traíamos el resto del personal de enfermería.
Nos describían a la enfermera, de pelo largo, caminar silencioso.
Y que acudió, ya sea a darles un vaso de agua, una pastilla para el dolor, colocarles mejor las cobijas, o darles unas palabras de aliento, para que no se sintieran solos, en un lugar tan extraño para ellos.
Cuando nos preguntaban, que donde estaba esa enfermera, cual era su nombre, aunque nosotros ya sabíamos, que eran apariciones, algo común en todos los hospitales, no alarmábamos a los pacientes.
Solo, les hacíamos el comentario, de que habían mandado, a la sala, por esa noche, a una enfermera más, para auxiliarnos.
Y añadíamos, mentalmente, al sentir el cansancio de la guardia:
-¡Bienvenida compañera!, ¡Este es tu lugar!
Siempre, se agradece todo tipo de ayuda.
Suspira la enfermera, que me estaba narrando, como eran las rutinas, en ese hospital, y nos quedamos, unos momentos en silencio.
Escuché el claxon de un carro y al voltear a ver, descubrí que era un taxi, y que estaba libre.
Le hice la parada, y le dije a la enfermera, que lo abordara.
Me contestó, no gracias. Ya estoy de regreso, de una guardia hospitalaria, y al sitio, al que me dirijo, esta muy cerca.
Cuestión de unos pasos más.
Adiós, y cuídese, joven.
Me despedí rápidamente. Aborde el taxi, y cuadras mas adelante, le comenté al taxista, que la enfermera que estaba conmigo en al esquina, me platicoó como en el viejo hospital, muchas vidas se salvaron.
El taxista me miró por el espejo retrovisor, como si yo estuviera mintiendo, y preguntó: ¿cuál enfermera?
Yo le expliqué que no andaba con el uniforme de enfermera, que era una mujer, vestida, con ropas de salir, y que charlamos, durante mucho tiempo, de cuando trabajó como enfermera, en ese hospital.
El taxista replicó, estaba usted solo, en esa esquina.
Yo, muy molesto le afirmé, que era cierto lo que le decía, que es más, mi reloj no mentiría.
Que en ese momento, le diría exactamente cuanto tiempo había durado, con esa enfermera platicando.
Mire mi reloj, y un escalofrió recorrió mi espalda porque en el, solo se marcaban escasos dos minutos de diferencia.
El taxista repitió: usted, estaba solo señor.
Hola Marcuha, eres estupenda para escribir esta clase de historias, me gustan mucho estos relatos de misterio o de ciencias ocultas, los edificios antiguos con tantos años de vivencia encierran energías tanto positivas como negativas y creo que según las personas que los visitan o están cerca despiertan unas u otras.
ResponderEliminarBesos.
PD: Tengo un cuñado que hace ya como 20 años, recogió a un autopista en la carretera y por desgracia tuvo un accidente que el coche dio varias vueltas de campaña, cuando lo recogió la policía dijeron que iba solo y el siempre aseguro que avía otro con el que recogió en la carretera pero ni rastro Marucha, la cosa se quedo hay.
Estas muy guapa en esas fotos, que recuerdos verdad?
Emy, tu relato amiga está super de misterio: pudo haber sido su Angel de la Guarda,sólo Dios sabe que Espíritu sería.
ResponderEliminarGracias amiga por tus palabras, y recibe un abrazo con mucho cariño desde estas tierras de mar y sol.
Emy, amigas por siempre.
Hola Marucha
ResponderEliminarMe ha gustado mucho el relato, has sabido inrercalar muy bien realidad y ficción.
Qué gran labor realiza una enfermera y tú estás muy guapa con el uniforme.
Un abrazo de cariño.
Aire de Alhena, gracias amiga por tu comentario.
ResponderEliminarTe contaré que no se porqué, pero en todos los hospitales ,se contaban historias de enfermeras que se aparecían, los pacientes lo contaban
Por acá he escuchado que le dicen "la planchada",
que ha si le dicen al Espíritu de la enfermera que ronda por los cuartos de los hospitales.
Recibe un abrazo querida amiga.
Muy buena historia.
ResponderEliminarRecien escuche la historia de la enfermera que le llaman la planchada, con la diferencia de que dicen que se les aparecia a los desauciados para ayudarlos a morir tranquilamente.
Saludos
QUE BUENA HISTORIA AUNKE SE ME PUSIERON LOS PELOS DE PUNTA UYYYYYY SOY MEDIA MIEDOSA PARA HISTORIAS DE MIEDO , COMOKIERA ESTUVO MUY BIEN, VYA QUE ESCRIBE MUY BIEN TU MARIDO AMIGA, BUENO UN ABRAZO Y BENDCIIONES CON AMOR....LUZ ESTRELLA
ResponderEliminarlo acabo de leer... y me encanto.
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